martes, septiembre 01, 2009

fusionar cultura y turismo

Enrique Jaramilo Levy / Diario La Prensa / Opinión 29 de agosto, 2009

En un programa televisivo, el 20 de junio pasado, el entonces presidente electo Ricardo Martinelli –a pregunta del profesor Edwin Cabrera sobre el apoyo que se daría a la cultura– dijo por primera vez, y como de paso –sin que ninguno de sus interlocutores le pidiera sustentar el tema ni lo objetara como algo alarmante, ya que de inmediato pasaron a otro asunto– que pensaba fusionar al Inac con la Autoridad Nacional de Turismo. Ese rumor ya circulaba, pero hasta entonces nadie parecía “pararle bola”. Gravísimo error.

Lo es, tanto el hecho en sí como el no darle la debida importancia a este gran desatino en ciernes. Lo sabemos todas las personas en Panamá que desde hace muchos años nos dedicamos de una u otra forma a ejercer, profesional o empíricamente, alguna de las muchas y variadas manifestaciones de la cultura, o a la difícil labor de promocionarla en un país anclado en el comercio y los servicios, con un Estado tradicionalmente indiferente a la cultura y al arte.

Si en un artículo anterior, publicado en La Prensa en tiempos de la campaña política, propuse la necesidad de crear un Ministerio de Cultura, ahora que se ha confirmado la intención de llevar a cabo esta idea tan dañina para el desarrollo de la cultura en nuestro país he quedado, además de angustiado, preocupadísimo.

Es evidente que los que abogan por la idea de fusionar al Inac con la Autoridad Nacional de Turismo piensan que la cultura es básicamente espectáculo, y una serie de monumentos históricos, museos, y folclore y, por tanto, buscan la manera de añadir nuevos itinerarios de interés a la curiosidad de los turistas. Lograr que éstos se interesen en realizar tales visitas adicionales a lugares de esa índole estaría muy bien, por supuesto.

Pero ni la cultura es solo la suma de esos aspectos puntuales, ni se requiere para ofrecérselos a los turistas empobrecer más aún los escuálidos dineros asignados al Inac, complicar su burocracia y, obviamente, castrar administrativamente su capacidad de iniciativa y operatividad eficaz al volverse subsidiaria de una instancia de mayor interés gubernamental: el desarrollo del turismo. Porque eso es exactamente lo que ocurrirá. La cultura se volverá totalmente dependiente del turismo, en lugar de ser una actividad autónoma, pro-activa e independiente, dotada de los fondos necesarios para un desarrollo óptimo, como solo ocurriría mediante la creación de un auténtico Ministerio de Cultura, como existe en casi cualquier otro país que se respete, hasta en los más pobres.

A principios de los 70 del siglo pasado, se realizó un experimento similar, de ingrato recuerdo por sus magros frutos culturales. Un buen día –mal día, en realidad- se fusionó cultura con deportes en un adefesio que llamaron Incude. En la práctica, deportes se tragó casi por completo a cultura, en todo sentido: en lo administrativo, en el apoyo económico y en la imagen promocional que se proyectaba ante la ciudadanía. Y por supuesto, en todos los órdenes de su actividad creativa los artistas –pintores, teatristas, músicos, escritores, bailarines, cantantes, fotógrafos, así como historiadores, antropólogos e investigadores en todas las ramas de la cultura y el arte– salieron seriamente disminuidos de esa infausta experiencia.

Intentar ahora mezclar de otra manera peras con manzanas, no producirá más que híbridos inoperantes para el desarrollo cultural de la nación. El turismo, además de promover y dar a conocer ampliamente a nuestro país dejando ganancias importantes a muchos sectores de la economía nacional, es una actividad que no requiere muletas para desarrollarse más y subsistir: se basta a sí mismo si está bien organizado. La cultura también debe permanecer autónoma y reforzarse con inteligencia y buenos administradores y gestores: para ello requiere respirar sola, sin aditamentos postizos, generada desde las entrañas mismas de la sociedad, pero canalizada por el intelecto y el talento creativo.

Invito a mis colegas escritores, a los demás artistas, a los promotores culturales, y en general a todas las personas comprometidas con las actividades del intelecto y el espíritu, para que aunemos filas en contra de esta medida inconsulta. Fusionar cultura con turismo es una nefasta espada de Damocles que se cierne sobre el desarrollo integral de la cultura, y de paso sobre el país todo, cuya implementación no hará más que disminuirnos y mimetizarnos con la dañina imagen de un Panamá siempre mercantilizado, utilitario, negativamente pragmático, sumiéndonos en un creciente ostracismo cultural propio de épocas culturalmente mucho menos avanzadas que la que permite y merece el momento actual y el futuro de la nación.

Lo que debe hacerse es fortalecer generosamente desde el actual Inac todos los aspectos teóricos y operativos de la creatividad, así como los mecanismos más idóneos de su promoción, con miras a la fundación, a mediano plazo, de un ente que tenga voz y voto en el Gabinete, y que por supuesto cuente con fondos adecuados para poder funcionar más allá del simple pago de sueldos y el mantenimiento de monumentos y museos, como hasta ahora ha sido.

Llámese Autoridad Nacional de Cultura o algo similar, con miras a un futuro Ministerio de Cultura (hasta países pobrísimos como Haití tienen un ministerio de esta jerarquía), tal entidad debe contribuir a preservar, fortalecer y desarrollar decididamente la identidad nacional, la cultura popular y las artes en todas sus manifestaciones para bien de la Nación panameña. Y los artistas y promotores culturales debemos unirnos decididamente para defender esta posición, que no puede ser negociable, como no podría serlo jamás la existencia y defensa de nuestras raíces y proyección espiritual e intelectual como nación. Y la actual directora del Inac, una reconocida artista, debe ser la primera en defender valiente y decididamente esta causa, sin eufemismos de ningún tipo.