lunes, octubre 11, 2010

terror en el celuloide

Daniel Domínguez, Diario La Prensa

La primera experiencia audiovisual de terror del escritor Hugo Chaparro Valderrama (Bogotá, 1961) fue cuando de niño no pudo dormir después de ver un capítulo de la serie de tv The Twilight Zone (La Dimensión Desconocida).

Ese capítulo en cuestión podría calzarle a este narrador y poeta, ya que era sobre un hombre que se encierra a escribir para no tener contacto con una especie humana que lo decepciona.

No es que este crítico de cine sea neurótico, ni requiera de una camisa de fuerza para sacarlo a la calle, pero sí se pasa largas temporadas dentro de su casa escribiendo o perdido en las oscuras salas de cuanto festival cinematográfico asiste.

Mañana lunes, 11 de octubre, a las 6:00 p.m., dictará la conferencia “El laberinto del miedo o el terror hecho virtud” (8 dólares entrada general), en la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero (Parque Omar).

-¿Por qué pagamos un tiquete para que nos asusten? Quizás porque es mejor disfrutar del miedo ambiente cuando sabemos que las emociones que sobresaltan serán pasajeras y saldremos sin padecer físicamente lo que puede soportar alguno de los personajes en el cielo de la pantalla hecho infierno. El miedo hecho diversión nos brinda además argumentos para recorrer el mundo y conocernos a través de lo que sufren los otros.

-El cine de terror siempre es atractivo para los jóvenes.
La franja cronológica del espectador de cine está entre los 15 y los 25 años: el terror, lo sobrenatural, las experiencia extremas, las sensaciones inauditas que se aprenden por primera vez, es una forma de traducir las hormonas juveniles a niveles superlativos en contra de la rutina adulta que se habitúa al ritmo de su vida en la armonía doméstica. El terror puede ser así otra forma de reivindicarse en contra del mundo de los mayores.

-El cine y la literatura de terror siempre revelan secretos de quiénes somos.
Es el combate entre la luz de la razón y el miedo de la loca de la casa que puede ser la cabeza frecuentando ámbitos sobrenaturales, vampirescos, lo que bien define un cuento de Edgar Allan Poe, El entierro prematuro, en el que su personaje regresa de la oscuridad sepulcral a la vida terrenal luego de tener una pesadilla en la que supone estar enterrado vivo. Siempre, tras la armonía de los días, se esconde algún misterio. O ¿acaso el vecino al que saludas todas las mañanas cuando recoge el diario, que alimenta a su gatito con platos tibios de leche, no sorprende al vecindario cuando sabemos que fue el autor de un crimen?

-El cine de terror es eminentemente subversivo.
¡Sobresalta a las buenas conciencias! ¡Es lujurioso en clave vampiresca! ¡Ateo en la clave científica de Frankenstein, que hace de su doctor un reemplazo efectivo de Dios, aunque condenado a la maldición de sus herejías! ¡Habita la noche como un reino donde la familia burguesa es amenazada por licántropos! ¡Descubre lo inesperado en los monstruos! ¡Nos sugiere que cualquier buen ciudadano es capaz de vampirizar a otro en términos laborales!

AMORES

-¿Cuatro películas de terror indispensables? La historia de la brujería a través de los tiempos (Christensen, 1922): el poder y sus inquisidores continúan con nosotros como en los siglos que persiguieron por criterios religiosos a las ancianas que practicaban, supuestamente, la brujería. Vampyr (Carl Dreyer, 1932): el mal como manifestación que amenaza a un pueblito tranquilo para que todos sepamos que nadie está a salvo. Creature from the Black Lagoon (Arnold, 1954) recrea las aventuras de amor imposibles por el carácter irreconciliable de las especies. Les yeux sans visage (Franju, 1960): El amor lo puede todo, incluso que un padre quiera hacerle una cirugía plástica a su hija, que tiene el rostro desfigurado, para que su belleza regrese con el esplendor de antes -¡aunque tenga que recorrer el paisaje francés secuestrando jóvenes para masacrarles a ellas el rostro, quitarles la piel e injertársela a su hija!

-En el fondo, las historias de Drácula y Frankenstein son de amor.
Me aficioné a ellas por la soledad adolescente que me alejaba del género femenino, encontrando en La Criatura y el vampiro mis reflejos extremos. ¿Te imaginas? ¿Un despecho amoroso por toda la eternidad como el que sufre Drácula? ¡Para clavarse una estaca en el pecho!

-¿Te agrada el cine ‘gore’?
Prefiero el terror que recurre a las pasiones humanas al fondo del inconsciente. El cine gore me divierte, pero su explosión gelatinosa parece un chiste según los efectos especiales o la exageración escénica.

-¿Y los asesinos en serie?
Me parecen más serios, pasionalmente hablando. Pobre Landrú, sosteniendo a su familia asesinando viudas; Jack the Ripper, convirtiéndose en la expresión traumatizada de una época reprimida como fue el siglo XIX en Inglaterra; Peter Kürten, el vampiro de Düsseldorf, hijo de un padre alcohólico y una madre martirizada de manera crónica, en apariencia aburrido y apocado, y en la intimidad un asesino brutal. Cada uno de ellos, de alguna manera, representa las taras de una sociedad que, sí, tiene como base a la familia, por supuesto, pues hay que ver lo que son las familias y la sociedad surgida de ellas.

-El terror nos recuerda la existencia de la maldad.
¡Por supuesto! Jamás se terminarán las novelas de vampiros mientras existan personajes ‘de la vida real’ que nos recuerden su indeseable presencia. El mundo -afortunadamente- no es Disneylandia. Tiene más de manicomio que de paraíso. ¿Y el infierno? Una superstición hecha realidad cada día cuando vemos las noticias.

-¿Qué opinas del vampirismo tan de hoy, desde ‘Crepúsculo’ a ‘True Blood’?
Es la prolongación de una moda que quiere hacer rentable el género, pero también una ansiedad frecuente del género para reinventarse a sí mismo y habituar al público para que no deje de consumir sus historias. Sin embargo, cada vez es más frecuente escuchar que el terror no es tan efectivo en el cine tanto como en la literatura. El miedo, querido Daniel, ha perdido el encanto de la ficción y su frecuencia real -los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, el 9/11, la guerra en Irak y Afganistán, tienen trastornado al público y, quizás, todos estamos más agobiados por el miedo de lo que parece.