martes, agosto 03, 2010

el arrepentimiento y la baba de caracol

Paco Gómez Nadal, Diario La Prensa, Sección Opinión

Es bueno esto de tener un gobierno mediático. Todo se soluciona con declaraciones y las declaraciones van de lleno a nuestro espíritu católico, que siempre funciona cuando de arrepentimientos falsos se refiere.

Un buen amigo siempre se declaraba voz en grito como católico y cuando alguien le preguntaba el porqué del fanatismo él siempre decía que el catolicismo era la religión más laxa del planeta y que por eso él se adscribía. Explicándolo con más detalle, mi amigo diseccionaba las otras religiones o creencias (musulmana, judía, budismo, etc.) y aseguraba que en estas los preceptos eran de obligado cumplimiento, la militancia iba en serio y, además, no habían inventado un mecanismo tan perfecto para el ser humano como era la confesión y el arrepentimiento. Es decir, el catolicismo lo perdona casi todo y perdona una cierta doble moral porque, como reza el dicho popular, “el que peca y reza, empata”.

Nuestro Gobierno tiene claro este precepto de hondas raíces culturales y anda pecando y rezando a diestro y siniestro. Primero apruebo leyes y después pido disculpas porque se pudo hacer mejor; primero disparo y mato y después pido perdón; primero le doy candela a los medios de comunicación y después les pido ayuda. La técnica funciona y es mediática, porque al público le encanta. El presidente, de forma calculada, habla 15 minutos en una fiesta y reparte disculpas a diestro y siniestro para que después un medio de comunicación adepto saque en portada “La Confesión de Martinelli”, sin contexto, sin matices, y nos haga casi llorar ante el “arrepentimiento” aparente del hombre aparentemente más poderoso del país.

Si se combina la técnica del arrepentimiento aparente con la caridad –otro gran gesto católico- disfrazada de generosidad, el hombre tiene masas de adeptos. Que un pobre salonero que cobra 400 dólares al mes le comenta a este hombre del pueblo que es su cumpleaños, pues el hombre se quita el rolex de 8 mil dólares y se lo regala. ¡Qué generosidad, qué cerca del pueblo!

Sus ministros, meros aprendices del gran gurú, hacen lo mismo, pero les sale peor. Unos porque no saben cómo escalar puestos y otros porque de su boca es difícil que salgan palabras generosas (ni siquiera en apariencia).

El cuadro mediático de nuestro gobierno se completa con la receta mágica de la “baba de caracol presidencial”. Nosotros, ingenuos y criticones por naturaleza que aún no entendíamos para qué servía la acción del Gobierno o leyes tan extrañas como la llamada chorizo, ahora ya tenemos la respuesta: ¡para todo! Que su hijo recibe quemaduras de tercer grado, aplíquele la Ley 30; que su esposo está siendo infiel y lo agarra en un descuido, aplíquele al Ley del Carcelazo; que no tiene qué darle de comer hoy a sus hijos, hábleles del PAN y sus estómagos se inflarán como por arte de magia.

La baba de caracol presidencial, según las declaraciones del propio presidente, sirve para todo. La Ley 30 impedirá por arte de magia que los Wild Bill entren a Panamá (hay que ver qué hacemos con los que estén dentro); el PAN acabará de una vez por todas con los robos; y el transfuguismo político terminará con el PRD y así… un problema menos.

En el país andamos sin políticas públicas ni planes de gobierno. Es decir, todo tiene primero un lema mágico y después se inventa el contenido. “Elige tu vida”… y andamos esperando a saber cómo se come eso; “Ahora le toca al pueblo”… y la Interpol sigue buscando al tal Pueblo a ver si lo extraditamos de una vez; “En Panamá hay libertad de expresión y mi gobierno la respeta”… y luego vemos qué hacemos con el púgil Prieto o con la persecución a los periodistas; “Corredores gratis”… y después explicaremos que con suerte eso será dentro de 10 años o que nos referíamos a que correr por la cinta costera no tendrá peaje.

La verdad es que el único lema que parece corresponder a la realidad es el de “Los locos somos más” y el mejor producto oficial es la baba de caracol arrepentido, una nueva especie de molusco gasterópodo que viste corbata y saco y goza de una nanomemoria prodigiosa, como el pueblo.