martes, julio 13, 2010

bocas somos todos

Paco Gómez Nadal, Diario La Prensa, Opinión

Lo que sucede en Bocas no suele acontecer. La paradoja es histórica. Como la cara oculta de la Luna, hay zonas del país, del planeta, que son invisibles hasta que el reflejo de las llamas que las incendia no se divisa desde la lejanía. Para los que creen que Bocas del Toro es el archipiélago turístico y cercenan el 95% de la provincia, puede parecer que la crisis de los últimos días es sorpresiva. Para los que conocemos bien la provincia, la caminamos y estamos con su gente, esto solo cristaliza la situación de abandono y discriminación sistemática que el resto del país practica con una de las zonas más hermosas, ricas y pobres del país.


Panamá se enriquece y desaparece al tiempo por sus dos extremos, Bocas y Darién. La gran diferencia es que en Bocas, los indígenas ngäbe–buglé son fuertes, están organizados y, ante todo, están cansados. ¿De qué? Del abuso laboral, de la falta de infraestructuras públicas, de la corrupción endémica, de los medios de comunicación pagados por empresas como AES o Empresas Públicas de Medellín, de los finqueros del medioevo que siguen manejando los hilos del poder, de las enfermedades estúpidas que matan sus hijos, de la suciedad, de la precariedad y el hacinamiento en las viviendas milagrosas, de los inversionistas abusadores o de los “turistas residenciales” que han desplazado a cientos de indígenas de playas y lomas para construir la postal que vendemos al mundo y que oculta barrios de refugiados como La Solución.

En Bocas del Toro es en donde el Gobierno Nacional se niega a aplicar las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que ordena la paralización inmediata de las obras de la represa Chan 75 por el irreversible daño que se le está causando a comunidades como Charco La Pava, Changuinola Arriba o Nance de Riscó; en Bocas del Toro es donde el ministro de Seguridad, José Raúl Mulino, trata de que los gobernadores actúen como en el Viejo Oeste expulsando a las comunidades naso de sus tierras ancestrales para beneficiar a su amigo vaquero Mario Guardia; en Bocas del Toro es donde se están expulsando de la carretera a cientos de familias ngäbe para vender esas tierras a mejores postores; en esa provincia es donde la Bocas Fruit Company ha hecho y deshecho a su antojo desde hace más de un siglo; es en Bocas del Toro donde el contrabando y los negocios dudosos son manejados por diputados, ex diputados y calaña similar de todo el arco político nacional.

La huelga de Bocas no ha sido solo por la Ley 9 en 1, la ley de la muerte. Esa ha sido la gota que ha colmado el vaso y el Gobierno del Cambio, en lugar de escuchar y entender, ha hecho lo único que saben hacer los finqueros: reprimir. Hay varias víctimas mortales, aunque el Ejecutivo no lo quiera reconocer, cientos de heridos, muchos líderes escondidos, compañeros heridos hacinados en el cuartel policial de Changuinola y, ante todo, mucha indignación, rabia, dolor. Los panameños son buena gente (y los bocatoreños son panameños aunque el mensaje desde ciudad de Panamá sea otro) y aguantan los abusos con excesiva calma… hasta que revientan.

En estos días, Bocas del Toro somos todos, todos los que creemos en la justicia, en la dignidad humana y en los derechos humanos. Los gorilas que han enviado a cientos de antimotines, que han reprimido antes de escuchar, que han tratado de estigmatizar al movimiento de Bocas por el hecho de que la mayoría son indígenas (habitantes originarios de esta tierra usurpada por rentistas), que se han burlado del estado de derecho y que solo se atreven a detener a estudiantes menores de edad en la capital, esos no son panameños, son enemigos de un pueblo que no aguanta ni un abuso más.

Son días de malos recuerdos, del deja vu dictatorial. Pero es por eso, precisamente, que también son los días del valor, de la resistencia, los días de la dignidad de las y los panameños y de todos los que aman a esta tierra valerosa.